jueves, 26 de febrero de 2009

EL ÚLTIMO ORO DE ESPAÑA EN BEIJING 2008

A JOAN LLANERAS






Era una promesa y casi una deuda. La verdad es que me cuesta escribir sobre Joan Llaneras. Me sucede un caso similar con Pedro Delgado. Siempre me dice, “¿y qué más me vas a preguntar?” Cierto. Llaneras, Joan, siempre ha sido una persona muy cercana, tanto que hasta en ocasiones he llegado a pensar que ya había escrito de él tantas cosas... cuando no era cierto.
De Llaneras, recuerdo, muchas, muchas anécdotas, porque cuando yo empecé a dedicarme como periodista especializado en ciclismo, él daba sus primeros pasos como ciclista profesional y, ahora, con el paso de los años, Llaneras era el único corredor que todavía quedaba en activo de mis inicios como cronista de este deporte. No sé, tal vez, a partir de ahora, tengo que sentirme un poco más viejo.
En el 2002, estalló el escándalo por el dopaje de Johann Mühlegg en los Juegos Olímpicos de Salt Lake City. De buena parte de aquella información me encargué yo en las páginas de este diario. El año anterior los responsables deportivos del entonces Gobierno de José María Aznar habían dejado prácticamente tirado a Llaneras cuando falsamente le acusaron de un positivo en Francia que se debió a un gravísimo error en el proceso del análisis. Joan ya había sido medallista olímpico. Yo llamé a Joan y él me concedió una entrevista en la que, lejos de criticar, lo único que hacía era exponer el dolor que le había prococado el olvido institucional y la falta de apoyo en momentos difíciles por parte de los gobernantes del Partido Popular. Juan Antonio Gómez Angulo era el secretario de Estado para el Deporte. Aunque tarde, y tras la férrea defensa que recibió Mühlegg en Estados Unidos por parte de los responsables deportivos españoles, el dirigente popular le pidió disculpas a Llaneras públicamente.
Recuerdo también a Joan en el primer Giro que cubrí para EL PERIÓDICO en los años en los que Miguel Induráin acudía a Italia con el ánimo de conquistar la maglia rosa de Alberto Contador. La etapa de montaña había sido terrible, angustiosa y Joan había llegado de los últimos. Estaba sentado en uno de los coches del ONCE, del equipo cuyo director, Manolo Saiz, nunca supo comprenderlo. Devoraba unos cereales como si fuera el mejor de los manjares, con tal de superar el atroz hambre provocado por el desgaste de una etapa cuyo desenlace se había producido muchos minutos antes de que Joan cruzara la línea de llegada. Él supo comprender que lo suyo debía ser la pista, el velódromo y no la carretera, a pesar de ser un destacado especialista en contrarrelojes de corto kilometraje.
Y en la pista comenzó a destacar, a hacerse un nombre, en ocasiones, muchas veces, aunque a él le doliera, lejos de la respuesta mediática que provocaban las gestas de sus compañeros de la ruta. Pero, en silencio, sí, en silencio, se cimentó una carrera en las pistas hasta triunfar como campeón del mundo, unas veces en puntuación, otras en madison, daba igual… Joan Llaneras se convirtió en el deportista español más laureado en los Juegos Olímpicos.
Joan perdió un amigo. La mañana era gris y fría. No se me olvida. Sonó el teléfono móvil. Aquel domingo por la mañana me encontraba yo en Andorra. Isaac Gálvez se había muerto en Gante, de una manera absurda. Cualquier muerte es terrible, más cuando se trata de una persona joven como Isaac, que se acababa de casar, que no tenía por qué existir ningún tipo de peligro en un velódromo, sin coches, sin apenas riesgo. Pensé esa mañana, mientras un escalofrío recorría mi cuerpo, al poco de comunicarme una información que no podía ser cierta, lo que tenía que sentir Joan. Meses más tarde, en una entrevista, en Mallorca, el día antes de alzarse como campeón del mundo –dice Joan que la victoria en el Palma Arena, que en breve dirigirá, ha sido el triunfo que más le ha emocionado--, Él todavía no podía contener las lágrimas y con un gesto con la mano me indicaba que cambiara la dirección de la entrevista después de preguntarle por Isaac.
Ahora, tras las dos medallas conquistadas en Pekín, a Llaneras se le ha sabido reconocer el trabajo tras muchos años de triunfar por las pistas de todo el mundo. Cuando en Sydney, por allá el año 2000, consiguió el primer oro, le envíe a los pocos minutos un sms a su móvil. Con la emoción y la alegría me equivoqué de número. La persona que recibió el mensaje me contestó a los pocos minutos: “No soy Llaneras, lamentablemente, pero felicítalo también de mi parte”. Me gustó la respuesta porque yo en el texto no había puesto su nombre. “Felicidades por tu oro en Sydney. Campeón”. La persona que por error recibió el texto sabía perfectamente quién era Llaneras.

Bon viatge per als guerrers//si al seu poble són fidels, //el velam del seu vaixell,// afavoreixi el Déu dels vents, //i malgrat llur vell combat //l'amor ompli el seu cos generós, //trobin els camins dels vells anhels, //plens de ventures, plens de coneixences.

EL DON DE CONTADOR



Este chico es increíble. Lo diré otra vez: este chico es increíble. Es que no me canso de repetirlo. Me preguntaban ayer unos colegas italianos si Alberto Contador tenía algún defecto. No pude contenerme y expresé en público --ahora estoy hablando de fútbol-- mi afinidad azulgrana, para recordar el cariño de Contador hacia el Real Madrid.
Bromas aparte, sería maravilloso que Contador no cambiase su carácter cautivado por ese celo que muchas veces invade a los deportistas cuando se sienten famosos. De hecho, una de las virtudes del ciclismo es comprobar lo campechanos que siguen siendo corredores que en otra época fueron símbolos de este deporte, como Pedro Delgado o Miguel Induráin, sin ir más lejos. Alejandro Valverde y Óscar Pereiro también son tipos sencillos a quienes no se les ha subido la fama a la cabeza.
Posiblemente, en ciclismo, al margen de cualquier circunstancia, hay que entrenar y mucho, cada día coger la bici y consumirse de hacer kilómetros y más kilómetros. Solo así se es capaz de resistir en una prueba maratoniana de tres semanas como ahora el Giro, en apenas poco más de un mes el Tour y en septiembre la Vuelta.
Pero a lo que iba, dejad que os cuente un par de anécdotas que me han sucedido con Contador en los tres días que ya llevo en Italia. El martes por la noche ya os dije que tuve la fortuna de encontrar una habitación libre en el hotel del Astana. Había terminado de cenar y me disponía a tomar el ascensor. "Señor, señor", oigo que me gritan. El ascensor no llegaba. Y de nuevo el mismo grito: "señor, señor". Yo no veía a nadie, pero me sonaba la voz. Era Alberto Contador, medio escondido, en la escalera que conducía hacia el primer piso. "Señor, que buenas noches". "Igualmente, campeón", fue mi respuesta.
Esta mañana me encontraba junto al autocar del conjunto Astana. Había terminado la charla tradicional en la que los técnicos dan instrucciones a los corredores de cómo se debe afrontar la carrera. Al bajar del vehículo, Contador me ha saludado. Al principio no entendía lo que decía y ha tenido que repetirlo en voz alta: "Qué como te encuentras tú también. Qué si te lo estás pasando bien aquí en el Giro".
Contador está encantado de que haya desembarcado ya en Italia un buen escuadrón de periodistas dispuestos a seguirle en los tres días que todavía quedan para cruzar la última meta en Milán. Ojalá que Alberto lo haga vestido de rosa.

HISTORIAS DE CICLISMO



Son gotas gordas que están inundando la carretera. Es el agua que acaba de tumbar por la calzada a Fabian Cancellara, justo en el instante en que he encendido el ordenador para comenzar a escribir estas líneas. El Tour se disputa hoy pasado por agua y tal circunstancia ha malhumorado a los corredores. Hay competiciones al aire libre que cuando llueve de verdad, como está haciendo ahora, se suspende la actividad. Aquí, ni siquiera, enloquecen los mecánicos con el espectáculo de cambiar los neumáticos que tanto entusiasma en las carreras de motor. Aquí si te mojas, te fastidias, y si arriesgas demasiado, como acaba de hacer Cancellara, te vas por los suelos.
Hoy me acordaba, mientras conducía y seguía con mi coche la estela del italiano Pozzato, del martirio que habría sufrido en una etapa de tales características uno de los escaladores más extraordinarios de principios de los 90. Estoy hablando de El Diablo, del mítico Claudio Chiappucci, capaz de desperdiciar en una etapa como la de hoy la renta que conseguía en las más difíciles cumbres.
Cuando a Miguel Induráin se le pregunta en una de las poquísimas entrevistas que acostumbra a conceder –por cierto, se espera la presencia del navarro en los Pirineos—quién fue el rival más complicado, siempre responde lo mismo: "Chiappucci, Claudio Chiappucci".
La última vez que vi a Chiappucci fue hace un par de años en la presentación oficial de la Volta a Catalunya, en Barcelona. Recibió una placa de homenaje, acompañada de una cena y una visita turística por la capital catalana. Chiappucci solo hacía que bromear… "¿Sabéis cuál era la imagen que siempre veía Miguel en las montañas?" El silencio se acompañaba del gesto del italiano, que se levantaba y señalaba sus posaderas: "Esto es lo que veía Induráin. Yo he sido el único que se atrevió a atacarle".
Chiappucci sigue montando en bici. Ha dejado de ser un corredor profesional y se ha convertido en un destacado cicloturista. No hace mucho –a veces se pierde la moción del tiempo—le vi ascender por el Izoard, a un ritmo más que interesante, precediendo el paso del Tour. Los espectadores lo reconocían, lo saludaban y él se sentía inmensamente feliz cuando escuchaba su nombre.
En un etapa de las características de hoy, con lluvia, aire y hasta alguna que otra larga recta en la parte final del recorrido, Chiappucci habría perdido una minutada. En una jornada como la de hoy, con Induráin en concurso, seguro que se habría vuelto a producir la escena que tantas veces revivimos los que tuvimos la oportunidad de reproducir sus cinco victorias consecutivas en París.
Un montón de periodistas en un castellano macarrónico se acercaba al lugar escogido en la sala de prensa para saber que había dicho Induráin y las opiniones también de sus directores, de José Miguel Echávarri y de Eusebio Unzué, así como lo que pensaban sus compañeros de equipo, desde Pedro Delgado a Julián Gorospe, pasando por Gerard Rué, Jeff Bernard, Marino Alonso, Ramontxu González Arrieta, Joserra Uriarte, Jesús Rodríguez Magro, Javier Luquín, Carmelo Miranda, Vicente Aparicio, el gran Melcior Mauri, Abelardo Rondón, Pruden Induráin, hermano y gregario 24 horas, Aitor Garmendia, Erwin Nijboer, Dominique Arnaud, Fabrice Philipot y un Armand de las Cuevas que luego lo traicinó en la escalada al santuario de Oropa en el Giro de 1993, al pasarse al enemigo.
Fueron los camaradas que tuvieron el honor de acompañar a Induráin en sus cinco inolvidables victorias y que le ayudaron a aplacar los ánimos de aquel sensacional escalador con alma de diablo y corazón indomable. ¡Bravo Chiappa!
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