Son gotas gordas que están inundando la carretera. Es el agua que acaba de tumbar por la calzada a Fabian Cancellara, justo en el instante en que he encendido el ordenador para comenzar a escribir estas líneas. El Tour se disputa hoy pasado por agua y tal circunstancia ha malhumorado a los corredores. Hay competiciones al aire libre que cuando llueve de verdad, como está haciendo ahora, se suspende la actividad. Aquí, ni siquiera, enloquecen los mecánicos con el espectáculo de cambiar los neumáticos que tanto entusiasma en las carreras de motor. Aquí si te mojas, te fastidias, y si arriesgas demasiado, como acaba de hacer Cancellara, te vas por los suelos.
Hoy me acordaba, mientras conducía y seguía con mi coche la estela del italiano Pozzato, del martirio que habría sufrido en una etapa de tales características uno de los escaladores más extraordinarios de principios de los 90. Estoy hablando de El Diablo, del mítico Claudio Chiappucci, capaz de desperdiciar en una etapa como la de hoy la renta que conseguía en las más difíciles cumbres.
Cuando a Miguel Induráin se le pregunta en una de las poquísimas entrevistas que acostumbra a conceder –por cierto, se espera la presencia del navarro en los Pirineos—quién fue el rival más complicado, siempre responde lo mismo: "Chiappucci, Claudio Chiappucci".
La última vez que vi a Chiappucci fue hace un par de años en la presentación oficial de la Volta a Catalunya, en Barcelona. Recibió una placa de homenaje, acompañada de una cena y una visita turística por la capital catalana. Chiappucci solo hacía que bromear… "¿Sabéis cuál era la imagen que siempre veía Miguel en las montañas?" El silencio se acompañaba del gesto del italiano, que se levantaba y señalaba sus posaderas: "Esto es lo que veía Induráin. Yo he sido el único que se atrevió a atacarle".
Chiappucci sigue montando en bici. Ha dejado de ser un corredor profesional y se ha convertido en un destacado cicloturista. No hace mucho –a veces se pierde la moción del tiempo—le vi ascender por el Izoard, a un ritmo más que interesante, precediendo el paso del Tour. Los espectadores lo reconocían, lo saludaban y él se sentía inmensamente feliz cuando escuchaba su nombre.
En un etapa de las características de hoy, con lluvia, aire y hasta alguna que otra larga recta en la parte final del recorrido, Chiappucci habría perdido una minutada. En una jornada como la de hoy, con Induráin en concurso, seguro que se habría vuelto a producir la escena que tantas veces revivimos los que tuvimos la oportunidad de reproducir sus cinco victorias consecutivas en París.
Un montón de periodistas en un castellano macarrónico se acercaba al lugar escogido en la sala de prensa para saber que había dicho Induráin y las opiniones también de sus directores, de José Miguel Echávarri y de Eusebio Unzué, así como lo que pensaban sus compañeros de equipo, desde Pedro Delgado a Julián Gorospe, pasando por Gerard Rué, Jeff Bernard, Marino Alonso, Ramontxu González Arrieta, Joserra Uriarte, Jesús Rodríguez Magro, Javier Luquín, Carmelo Miranda, Vicente Aparicio, el gran Melcior Mauri, Abelardo Rondón, Pruden Induráin, hermano y gregario 24 horas, Aitor Garmendia, Erwin Nijboer, Dominique Arnaud, Fabrice Philipot y un Armand de las Cuevas que luego lo traicinó en la escalada al santuario de Oropa en el Giro de 1993, al pasarse al enemigo.
Fueron los camaradas que tuvieron el honor de acompañar a Induráin en sus cinco inolvidables victorias y que le ayudaron a aplacar los ánimos de aquel sensacional escalador con alma de diablo y corazón indomable. ¡Bravo Chiappa!
Temas: Miguel Induráin,Cancellara,Claudio Chiappucci
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